24/03/07
¿Hasta dónde debemos llegar para conocer la naturaleza humana? ¿A cuántos debemos matar para salvar al resto? Siempre se quisieron conocer los límites del sufrimiento de cada ser vivo en este miserable planeta, pero es tan difícil lograrlo. Él estaba encerrado en aquella habitación, sin puertas, sin ventanas, sin noción de donde estaba. Solo había una cámara, un lente del cual nunca se supo quien estaba del otro lado, mirándolo constantemente, sin despegarse de esa pantalla del televisor. La luz era inexistente por lo que no podía ver ni siquiera sus manos, ni siquiera el brillo se sus ojos reflejado en aquel espejo, inútil en su situación, que algún demente habría puesto ahí para jugarle una pesada broma a su subconsciente. No tenía reloj ni nada parecido, por lo que nunca podría recuperar la noción de las horas, incluso de los días, ni distinguirlos de la noche. Solo poseía un encendedor y un atado de cigarrillos, algo que para un no fumador como él podría resultar una broma tenebrosa y llena de maldad.
A pesar de todo él aceptó aceptar este reto y confió su vida a sus dueños, los que deberían cuidarlo. La paga era buena, dinero por supuesto, pero pagaría el precio por aceptar la codicia y acogerla en su corazón, pagaría con dolor y sufrimiento. Todo consistía en ver hasta donde podía resistir sin tener absolutamente nada, ni siquiera comida y agua. Luego sería soltado, y así concluiría este experimento. Se asegura llenarse bien el estómago, para no sufrir hambre muy rápidamente, pero él ya está ahí, aceptó caer en esa trampa, que asusta por esa horrible mezcla del silencio con la oscuridad.
Las primeras horas pasan muy lentamente, camina de un lado al otro en la habitación para matar el aburrimiento. Empieza a adormecerse. Trata de mantenerse despierto pero no lo logra y cae rendido a ese suelo frío, cómodo solamente cuando está cansado. Sus sueños son tranquilos, ya en la fase REM recuerda su vida, su familia, cosas que hacía antes de entrar a esa prisión. Pasan horas, o tal vez días, quizás ninguno de los dos, pero él no puede saberlo. Al despertar se siente raro, y a pesar de lo que había comido, su estómago empieza a crear sonidos, ruidos del hambre, y, sumado a los nervios que tenía, decide prender un cigarrillo para poder despejarse. La llama del encendedor le produce una sensación de ardor en los ojos, gracias a eso se da cuenta de que había estado dormido bastante tiempo. Ya se había acostumbrado a la oscuridad. Cae rendido al piso, algo mareado por efecto de ese cigarrillo, su cabeza pesa demasiado. Sale de ese efecto del mareo y se levanta, vuelve a caminar, de un lado al otro, como un animal suelto, que deambula esperando algún final, o algo que lo mueva de donde está. Su estómago le empieza a doler, puede sentir como se va cerrando, se sienta tratando de apaciguar el dolor pero empieza a sentir sed, su garganta se seca, cada vez que traga saliva siente esa horrible sensación de arena rozando las paredes de su cuello. Se acuesta, adormecido, cierra los ojos y descansa profundamente. Los sueños de su hermosa familia son reemplazados por oscuras imágenes de serpientes que rodean su cuerpo y muestran sus afilados dientes cubiertos de saliva envenenada, y que aún no se atreven a morderlo. La solución sería abrir los ojos, pero no puede ni siquiera intentarlo, su cuerpo no le pertenece más.
Despierta bruscamente, sudado, y con mucha más sed y hambre de lo que tenía antes. Prende otro cigarrillo y comienza a pensar, su mente se vuelve en poeta pero no hay nadie que lo escuche ni ningún lugar para anotar. Lo termina rápidamente y prende otro, se comienza a preguntar quien es aquel loco que se esconde detrás de esa máscara como un cobarde. Se nota como empieza a delirar prendiendo el encendedor en frente al espejo y peinándose, creyendo lograr fama, o buscándola, una idea tan absurda como la de meterse en aquel lugar. Prende otro cigarrillo, se termina la bencina del encendedor, lo tuvo prendido demasiado tiempo frente al espejo intentando peinarse sin un peine. Aspira rápido y exhala más velozmente, la habitación vuelve a estar oscura, pero el sostiene el encendedor como si todavía estuviera prendido. Ya no puede ver su boca porque el cigarrillo brilla, pero no ilumina.
Cae desmayado al suelo, se duerme durante un largo tiempo, la llama del cigarrillo quema los últimos rastros del filtro hasta apagarse lentamente. Unos sueños terroríficos invaden la habitación y rompen la cárcel de su mente. Empieza a alucinar y ya no puede distinguir si está despierto, si está dormido, vivo, o muerto. Su cabeza se comprime, duele demasiado, su estómago se achica, su garganta se achica cada vez más, y él siente todo eso en sus sueños como horripilantes monstruos que lo rodean sin acercársele, todavía, en una embestida furiosa, todos los monstruos de sus sueños lo atacan, lo golpean y lo descuartizan, pero él sigue vivo, y puede ver con sus ojos como esos monstruos desgarran su piel y les sacan sus tripas, se las ponen en la boca y comienzan a masticarlas, a devorarlas, y él solo puede ver con horror, no tiene fuerzan siquiera para poder gritar. Su grado de locura es tan alto que realmente siente ese dolor, se retuerce en el suelo con los ojos cerrados, no puede aguantar semejante tortura. Despierta, siente un zumbido detrás de su oído, pero no hay ningún insecto con él, se levanta, se para frente al espejo y empieza a peinarse.
Está muy oscuro, pero él puede ver en el reflejo del espejo una soga tirada en el suelo. Dibuja una sonrisa que se va agrandando cada vez más hasta transformarse en una risa diabólica imitando los sonidos que hacían los monstruos cuando lo descuartizaban. La recoge, sin parar de reír y le hace un nudo, como el que se usaba para matar a la gente, aunque él nunca había aprendido a hacer uno, solamente movía sus manos y brazos. Se rodea el cuello con ella pero no tiene donde colgarla, ni algún banco para caer y suspenderse en el aire. Empieza a llorar desconsoladamente, ya no soporta estar en ese lugar, solo, con hambre y sed y con esos fantasmas que lo siguen hasta en sus sueños. Tira de la soga para provocarse la muerte pero no lo logra, y al tocarse el cuello no siente ninguna soga, empieza a buscar pero no la puede encontrar, solo había sido una broma de su imaginación para aumentar su locura.
Empieza a recordar, tirado en el suelo y con lágrimas en los ojos, como llegó hasta esa habitación, pero hay algo que no puede comprender, levanta el torso del suelo, seca sus lágrimas y comienza a recordar que fue un hombre vestido de negro el que lo obligó por la fuerza a entrar en ese lugar, contra su propia voluntad. No puede soportar más, se levanta violentamente, mira al espejo y retrocede, sin despegar la mirada de aquel vidrio, hasta llegar a la pared opuesta. Corre hacia el vidrio y golpea fuertemente su cabeza hasta reventar el espejo y hacer sangrar su cráneo. Ya no siente dolor. Se para rápidamente y lo hace de nuevo, y de nuevo hasta quedar desmayado en el suelo. La pared tiene una pequeña fisura pero él no puede romperla, ya ha muerto.