Marta tiene 36 años, está en la Argentina hace 14 y ella sola mantiene un local en la calle Ramón Falcón, Liniers, en el que vende frutos secos. Se mudó de Bolivia porque quería progresar debido a que en su país sí había trabajo, pero no tenía esta posibilidad. Ella cuenta que hay argentinos “buenos y malos” pero que trata de “llevarse bien con todos”. Antes tenía un puesto en la calle pero tuvo que dejarlo al quedar embarazada. Según cuenta esa fue la época en la que más la discriminaron diciéndole “porque no te volvés a tu país, que venís a hacer acá”. Su hija mayor fue la más afectada por la discriminación, todo por ser “morochita”, por esta razón todos los días se burlaban de ella en el colegio y tuvo que ir al psicólogo.
Al doblar en la calle José León Suárez, del mismo barrio, se puede ver el Centro Comercial Santa Rosa de Lima, un mercado boliviano y paraguayo. Aquí, Sergia, de 36 años, que tiene un local donde vende colchas, relata que vino en el 2001 para visitar a unos parientes y decidió quedarse. Su relación con los argentinos no es mala, pero admitió haber sido discriminada y que le dijeron “boliviana de mierda”. Igualmente piensa quedarse, ya está establecida con su marido y su hija, aunque recuerde con tristeza que “al principio extrañaba la cultura boliviana, me costó adaptarme, pero hoy ya me siento más de acá que de allá”. Del mismo centro, un hombre de 58 años con un local de zapatos, que en vez de dar su nombre pregunta “¿esto me va a traer problemas?”, cuenta que hace ya 15 años que se mudó de su país de origen y piensa quedarse porque ya está adaptado. Vino para trabajar porque “en Bolivia era difícil”. Sin embargo se ve otro punto en cuanto a su relación con los argentinos ya que el hombre asegura que jamás fue discriminado y “siempre colaboraron conmigo, los argentinos aprecian a la gente boliviana, no así a los peruanos”.
En frente, en una esquina, se ve un estudio jurídico. La secretaria, Laura Vega de 25 años, vino hace tan solo tres meses con un nene por la situación política de su país. Afirma que le gusta Argentina porque “hay posibilidades de trabajar y estudiar” y contundentemente asegura que no volverá a su país. Afirma que no fue discriminada pero ha visto como discriminan a los “paisanos, porque no tienen estudio y no hablan apropiadamente, no los entienden, ni los escuchan, los hacen a un lado y eso es discriminación”.
Tal vez lo más llamativo sea el Bar Restaurant Jamuy, donde sirven comida típica de Bolivia, pero el dueño es mendocino y sus empleados, todos bolivianos, no tienen permitido responder preguntas en horario de trabajo.
Del otro lado de la frontera, Beto, de 18 años, con residencia en La Paz, cree que el principal motivo de la inmigración es la mala educación, ya que la gente que se traslada “cree que emigrando se solucionan problemas de trabajo y dinero, cuando salen a otros lugares a trabajar en condiciones infrahumanas, como aquellos que emigran a la Argentina”. En cuanto a la discriminación, afirma que existe la xenofobia, “se tiene el concepto del boliviano como una persona inferior, ignorante, campesina, de mal aspecto y limpieza”. Con tristeza lo compara con “racismos impresionantes como contra los judíos”, y tiene la certeza de que “boliviano” es el peor insulto que pueden decir. En cuanto al principal argumento para disfrazar la discriminación de que “nos roban el trabajo”, Beto sostiene que “esto es algo cínico, ya que ellos son los que emplean a bolivianos para trabajos infrahumanos, denigrantes y que el argentino considera que es algo bajo para él”. En resumen, concluye, “en la Argentina no se tiene una aceptación al boliviano bajo ningún aspecto”.
martes, 7 de octubre de 2008
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