A tres meses del golpe de Estado en Honduras
Parecería común que una dictadura, para celebrar un aniversario, deba asesinar personas. Pasó en Argentina, exactamente tres meses después de que asumió el triunvirato presidido por Jorge Rafael Videla donde se irrumpió una casa donde vivían Laura Mujica y Horacio Merega, ambos heridos de muerte por las “tropas del orden”, y Carlos Ocampo, secuestrado vivo pero que murió en la mesa de torturas. Laura tenía 26 años, sigue desaparecida.
Tal vez en menor escala, pero igualmente, está sucediendo esto en Honduras tras el golpe hecho al gobierno de Manuel Zelaya que puso en el poder a Roberto Micheletti (alias Goriletti). El pasado domingo el régimen de facto cumplió tres meses y lo celebró atacando químicamente dos días antes a la embajada de Brasil donde se encuentra refugiado Zelaya y su familia. El elemento utilizado fue el Cesio 132 que, según denunció la legítima canciller, Patricia Rodas, habría sido comprado a los israelíes. Además de producir vómitos, diarreas, hemorragias y demás, en grandes exposiciones puede producir la muerte. Aunque aún no está confirmado, se cree que también puede producir los tipos de cáncer que se vieron en el Japón post Nagasaki e Hiroshima. Chernobyl es la región con más cantidad de Cesio hoy en día. Cabe destacar que en las protestas se utilizan gases lacrimógenos que el gobierno peruano de Alan García le vendió al régimen de facto. Definitivamente, la derecha es golpista.
Fueron atacadas 100 personas junto al legítimo mandatario. Zelaya se descompuso y tuvo que ser cambiado de habitación, a la vez que denunció que todos estaban sufriendo de ardor en la garganta, picazón en las extremidades, ampollas en la piel, migrañas, gusto amargo en el paladar y casi 20 personas vomitaron o defecaron sangre. Pero el caso más extremo fue el de la estudiante universitaria Wendy Elizabeth Ávila, quien murió el sábado por “una gravedad broncopulmonar” originada por los gases tóxicos y agravada por el hecho de ser asmática. El médico de Zelaya y viceministro de Salud, Alfonso Díaz Pon, relataba que estaba revisando a “un paciente de 52 años, diabético, hipertenso y con problemas cardíacos. Está tirado sobre un cartón en el garaje y cada vez se le hace más difícil respirar”.
En base a estos hechos y por presión de la comunidad internacional, el gobierno de facto se defendió a través de un comunicado que decía: “Lo único que hay en este momento es un operativo de limpieza que realiza la Alcaldía Municipal del Distrito Central (…) Los trabajos de limpieza se hacen normalmente, pero en estos días se ha tenido que redoblar el personal debido a la presencia de seguidores de Zelaya, como también de las personas que llegan a visitarlo”. Y por si fuera poco, culpan a la primera dama legítima, Xiomara Castro, de haber confundido a los trabajadores de limpieza creyendo que eran hombres encapuchados que lanzaban gases tóxicos con mangueras directamente en el patio de la embajada brasilera.
El día anterior al ataque Zelaya había anunciado, y demostrado, estar abierto al diálogo. Se reunió con un hombre del régimen golpista que no fue identificado, con Juan José Pineda, obispo auxiliar y representante de la Iglesia y a la noche con los cuatro candidatos presidenciales que apoyaron el golpe, entre ellos Porfirio Lobo y el zelayista Elvin Santos, ambos favoritos para quedarse con el próximo gobierno.
La situación actual de Honduras es muy tensa. Por la noche, violando el toque de queda y las barricadas impuestas por el gobierno de facto, miles de manifestantes salen a reclamar el retorno de Zelaya. Los militares, cual dictadura latinoamericana, entran en las casas y se llevan personas detenidas sin ninguna orden judicial. Uno de los casos, relatado por Bertha Oliva, defensora de los Derechos Humanos, era el de un grupo de jóvenes, más de 50, que salió a protestar una noche levantando barricadas. Un vecino llamó a la policía mientras que una mujer, cuando estos llegaron, los refugió en su casa. Para sorpresa de todos, los militares balearon el lugar, irrumpieron en el y se llevaron a una decena de jóvenes, previa limpieza de la escena del crimen, ya que antes de irse levantaron los casquillos de sus disparos. Después de esto, Oliva, junto a más personas, fueron a reclamar a la comisaría y lograron liberar casi cien personas que habían sido detenidas solamente esa noche.
Las protestas habían disminuido porque el jueves 24 se había eliminado el toque de queda, y aprovechando esta situación Micheletti reunió a miles de personajes de universidades privadas y cúpulas empresariales que con remeras blancas protestaron en frente a la oficina de las Naciones Unidas y de la Embajada de Estados Unidos en apoyo al golpe militar.
GAR
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